domingo, 17 de mayo de 2009

"Arte originario" en el Museo de Bellas Artes

Fui a ver "Arte originario, diversidad y memoria", que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina.
En muchos casos es conflictivo exteriorizar las impresiones que me causa el arte que frecuento; pero creo válido hacerlo en éste, por tratarse de un campo, el de las exposiciones de arte precolombino, que difícilmente consiga en nuestro país una crítica más allá de la gacetilla forzada o el "qué maravilla" de rigor.
La muestra está instalada en el pabellón de atrás del museo, y ya desde la rampa de acceso imágenes sobre la pared introducen a una iconografía, trayendo a la memoria aquella muestra, "Los señores del jaguar", que el mismo Pérez Gollán, curador de esta muestra, realizara cuando dirigía el Museo Etnográfico de BsAs.
En la sala encontramos obras, casi todas bien conocidas, pertenecientes a las colecciones de la Cancillería (Hirsch), del MNBA (Di Tella) y del Museo de La Plata. Hay piezas fantásticas, que siempre es un placer volver a ver, como el supremo Onanista y los soberbios discos de metal. Todas pertenecen al área del noroeste argentino. Y abarcan desde el Período Inicial hasta el Medio, mientras que del Tardío sólo tenemos metales. Esto señala una preferencia del curador, sin duda, ya que repite el foco puesto ya en otras muestras sobre el mismo nudo del desarrollo del arte precolombino regional. Y es ésta la visión de Pérez Gollán, que privilegia determinado recorrido artístico al servicio de una lectura didacticista: "En este contexto simbólico, la representación del poder no está ausente y probablemente nos habla desde el arte del desarrollo y afianzamiento de las desigualdades sociales herediatarias". Siguiendo la lectura propuesta, luego los jefes indígenas establecerían rutas de comercio, basando la aceptación de sus liderazgos en un complejo mítico - teocrático desarrollado especialmente a través de la ingesta de plantas alucinógenas. Pero este complejo artístico / visionario sólo existiría para validar las desigualdades sociales y el establecimiento por parte de los líderes de estas sociedades de suerte de proto - carteles asentados sobre la credulidad de los súbditos y los sacrificios humanos. Esta visión, vertebrada por una aproximación ideológica, es la que campea actualmente en el área de la arqueología con una unívoca aceptación. Y la que sustenta casi todo intento de exposición de arte precolombino en este país. Sin cuestionar la validez de tal lectura, obviamente atendible, me permito fantasear con muestras que no sean curadas por arqueólogos, (aquí habrá que apelar a la audacia de los directores de museos), que aporten lecturas distintas. Me atrevo a pensar alguna quizá más cercana a lo fantástico / visionario, que enfatice la retórica de un arte que queda aquí supeditado al propio y por fortuna contundente discurso de las piezas.
Las obras, montadas sobre bases dentro de bases de acrílico, están muy bien exhibidas; en la sala hay un negro más bien uniforme y los objetos se iluminan puntualmente, con suficiente distancia entre ellos. Columnas también negras sugieren espacios, y hay un buen uso de una pared verde irrumpiendo en el espacio principal. Perturba bastante una voz que discursea monocorde desde un parlante, entorpeciendo el panorama desde el descanso que promete un asiento bien ubicado para contemplar el conjunto de la muestra. Y definitivamente no entendí el uso de dibujos de Guamán Poma de Ayala en ploteos sobre las paredes, contaminando con su presencia colonial el ambiente minimalista eficazmente creado, eficaz para el disfrute del ensoñamiento al que conducen las piezas precolombinas. Esta contextualización es un craso atentado contra la posibilidad de acceso a un estado perceptivo más en consonancia con el de las obras que se exhiben.
En una segunda parte de la sala aparecen cuadros, uno de cada uno de ellos, de Torres García, Puente y Paternosto, artistas explícitamente influídos por este arte. La resolución del montaje de estas obras en el contexto de la muestra es bastante difícil, por decir poco, y pese a la pertinencia terminan por hacer cuestionable su inclusión.
Recomiendo vivamente verla. Hay obras fantásticas, aunque podríamos disentir desde el mérito artístico en la elección de ciertas piezas (por ej., existen muchas pipas y tabletas alucinógenas más destacables en este orden que las exhibidas aquí). Tomar contacto con estas creaciones geniales es una experiencia renovadamente bienvenida, tanto para los que ya las conocen como para quienes las ven por primera vez.
Y, pese a las diferencias de criterio ya esbozadas, debemos felicitar al Museo y a Pérez Gollán, que mediante esta muestra termina de asentar una impronta personal en las exhibiciones (y podríamos decir ediciones, también) de arte precolombino en el país.

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